Mi historia

De niña me caracterizaba por mi “infinita curiosidad”, me la pasaba preguntando a papá y mamá para encontrar explicación a todo lo que se me venía a la cabeza, me inventaba “nuevos artefactos” y hacía experimentos.

Para ayudarme a encontrar respuestas, papá me enseño el maravilloso mundo de los libros. Mis preferidos, los de viajes de expediciones al África, a los Himalayas, Asia y de navegación.

Mi papá no solo cultivó en mí el encanto por los libros, sino la pasión por viajar, por conocer diferentes mundos y culturas. Crecí pintando en mis cuadernos dibujos de la tierra, mapas de África con jirafas y elefantes.

Desde la infancia he sido una persona sensible, con especial conexión por la naturaleza y por ayudar a los demás. Pienso que la vocación por querer aprender y ayudar a otras personas la heredé de mi mamá, mujer apasionada por los números y por la educación, profesora de toda la vida.

Tanta sensibilidad y curiosidad, me hizo ser una adolescente existencialista y crítica hacía la falta de cuidado a los animales y nuestro planeta y por la desigualdad de oportunidades en la sociedad.

Desde ese momento, en muchas ocasiones sentía que no encajaba y soñaba con hacer mis viajes alrededor del mundo y estudiar en Europa.  

Durante gran parte de mi vida sentí que iba en contra corriente, que me sumergía en la rutina y en el día a día y con una vida sin significado. Me sentía presionada por el “deber ser” de la sociedad.